¿Somos libres?

Somos realmente libres?

Somos realmente libres?

¿Qué tan libres somos?

Millones de personas de todo el mundo – particularmente aquellas que vivimos en países democráticos – vivimos dentro de un sueño de libertad. Nos han dicho que somos libres y que podemos hacer lo que queramos con nuestras vidas, pero, ¿hasta que punto es eso real?

Es cierto que la democracia es mucho más benévola en comparación con otros regímenes autoritarios, sin embargo, aún en este tipo de estructuras de poder se siguen conservando pequeños grupos, que gobiernan, dominan y controlan en gran medida a las mayorías. Estos pequeños grupos elitistas se componen de otros grupos que – asociados o no – contribuyen con el objetivo principal que consiste en controlar a las masas. Paradógicamente son las personas dominadas quienes mantienen, soportan y hacen crecer a los propios grupos dominantes.

Entre los principales grupos de poder y dominio que existen en los países democráticos/capitalistas se encuentran por supuesto, el propio gobierno, los grandes medios de comunicación, las religiones, las empresas, e incluso la propia sociedad que de forma sumamente hábil ha sido condicionada para conservar este equilibrio entre dominantes y dominados. Tristemente, a esto tenemos que agregar a otros grupos como el crimen organizado y la delincuencia que actúan en serio detrimento de la libertad de las personas.

¿Te sientes realmente libre?

Aunque sea totalmente subjetiva, la percepción juega un papel muy importante aquí. Si tú te sientes libre tienes una gran ventaja ya que esta sensación de libertad puede ayudarte a vivir más tranquilo y a ser más feliz. Sin embargo, un alto porcentaje de personas – particularmente las llamadas de “clase económica media” parecemos encontrarnos en una lucha constante en la vida cotidiana. ¡Tengo que levantarme a las 6:00 AM para ir a trabajar! ¡Tengo que llegar a las 8 en punto de la mañana para no tener problemas con mi jefe! ¡Tengo que pagar la tarjeta de crédito! ¡Tengo que hacer mi declaración de impuestos! ¡Tengo que confesarme! ¡Tengo que comprar este nuevo teléfono inteligente! ¡Tengo que…!

El No cumplimiento de cada una de estas “obligaciones” o “necesidades” suele tener diversas consecuencias o castigos que se encuentran entre lo real (y grave) y lo superficial (o imaginario).

  • Si no llego temprano al trabajo puedo ser despedido.
  • Si no pago mis impuestos puedo ser acreedor a multas e incluso ir a la cárcel.
  • Si no me confieso puedo ir al infierno.
  • Si no tengo ese nuevo teléfono pronto, seré un perdedor.

Esta pérdida de libertad ciertamente es producto de la gran influencia que ejercen en nosotros, grupos como los que mencioné inicialmente, sin embargo, es el hecho de no darnos tiempo para reflexionar al respecto lo que nos mantiene presos en esa mentalidad de “tengo que..”.

Decir “tengo que…” equivale a decir “Alguien más me está obligando a hacer esto. Yo no lo decidí”. Esto evidencia una falta de capacidad para tomar control sobre nuestras acciones. Es cierto que es difícil rebelarse contra algunas cosas, como el pago de impuestos. Sin embargo, vale mucho la pena preguntarnos seriamente, ¿por qué tenemos que hacer todas las cosas que tenemos que hacer?

El hecho de no comprarme el automóvil más nuevo o la ropa más elegante no me convierte en perdedor, a menos que yo esté convencido de lo contrario. Si bien es cierto que algunos comportamientos específicos nos facilitan el acceso a ciertos ámbitos sociales, también es cierto que esencialmente somos seres independientes que podemos relacionarnos sanamente con otras personas sin tener que intentar ser iguales a ellos.

Es cierto también que es muy complicado combatir a los grupos que ejercen una influencia y control tan grande sobre nuestras vidas, pero lo que sí podemos hacer es liberarnos de nuestra propia mente, que es frecuentemente la que más limita nuestras propias vidas.

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